Cuando se visita Irlanda, muchos se quedan sorprendidos por las infinitas tonalidades de verde que se pueden apreciar en toda la isla. Pero en mi último viaje, lo que más me sorprendió fue el azul, el de Harry Clarke.
Ya en mis precedentes viajes, tuve la ocasión de admirar sus hermosas vidrieras, estilo de pintura con el que se hizo famoso, además de sus ilustraciones. Pero esta vez parecía que todas nuestras visitas, aún sin saberlo, tenían como objetivo conocer más la obra y los colores de este gran artista. Hijo de un artesano que se mudó a Dublín desde Leeds por trabajo y que se ocupaba de la restauración de iglesias y de la manufactura de vitrales, el joven Harry demostró desde el principio un gran interés por las artes plásticas.
El primer encuentro de este viaje con el artista y sus vidrieras tuvo lugar durante la visita de la Galería Hugh Lane de Dublín (aconsejo a todo el mundo visitarla, Dublín está llena de galerías y exposiciones gratuitas y llenas de tesoros). El hermoso "The Eve of St Agnes" captura la atención desde al primer momento, casi forzándote a entrar tú mismo en cada detalle de esta vívida representación:
Entusiasmadas por este descubrimiento, el día siguiente decidimos visitar la Galería Nacional de Arte de Dublín, y cuál fue nuestra sorpresa cuando, al consultar el mapa de las exposiciones, vimos que aquí también se guardaba algún tesoro: "The Song of the Mad Prince" con su tumulto de colores y su encanto decadente y "The Mother of Sorrow", representación más colorida que nunca de la Piedad.
Al ver nuestro interés y alegría, uno de lo guías del museo, nos recomendó visitar
el antiguo Bewley's café en Grafton Street, cuyas vidrieras habían sido creadas por el mismísimo Harry Clarke. Y allí nos dirigimos, esperando encontrar más color:
Creíamos que el encuentro con estas obras tan hermosas y peculiares ya había llegado a su fin, ya que nuestros días en Dublín se habían acabado y al día siguiente tocaba coger el coche rumbo a Connemara. Pero nos equivocábamos. Recorrer el Connemara Loop ha sido una experiencia maravillosa, de las que no te dejan jamás en la vida, y en parte es debido también a las "casualidades" que la vida te depara. Junto con mi compañera de viaje, decidimos pararnos a comer en un pequeño pueblo cerca del mar llamado Tullycross. Comimos el mejor seafood chowder de la isla, y después decidimos visitar la pequeña iglesia del pueblo: allí estaba esperándonos otra vez una de sus vidrieras tan llenas de azul, imponente en lo alto del altar y a la vez tan reconfortante, por saber que este azul ya nunca nos dejará de acompañar...